TORMENTERO: Un filme sobre la desgracia mexicana
Como una historia más de la injusticia aplicada por el poder empresarial sobre la gente pobre, está concebida la película Tormentero, en cuya narración un grupo de pescadores pierde de golpe sus derechos, y los despojan de la esperanza, la alegría y sus costumbres ancestrales, donde se asentaba la cotidianidad de las familias en comunión con el mar.
El filme mexicano, del director Rubén Imaz, que será exhibida gratis hoy martes 11 de mayo, en el Teatro de la Ciudad de Playa del Carmen a las seis de la tarde, está basado en sucesos reales del pasado siglo, cuando, en Campeche, el pescador Rudesindo Cantarell descubre una mancha de petróleo que cambiaría la suerte de muchas personas.
En la película, Cantarel se llama Romero Kantún y es rechazado por sus amistades y vecinos, quienes pierden el sustento debido a este hallazgo, que nunca lo hizo famoso ni le dio dinero. El personaje culmina esquizofrénico y alcohólico, en la isla de Tris, reencontrándose con fantasmas del pasado, confundido entre el sueño y la realidad.
Justo así transcurre el filme, que recibió el Premio Guerrero de la prensa mexicana: entre escenas de realismo y escenas oníricas, que protagonizan actores como Gabino Rodríguez, José Carlos Ruíz, Mónica Jiménez, Waldo Facco y Rosa Márquez, durante hora y media, en la que se inunda el pensamiento confuso de un personaje con culpa.
En la vida real, mientras Cantarel navegaba en el Centenario del Carmen, en julio de 1961, como parte de una peregrinación en homenaje a la Virgen del Carmen, vio emerger del mar una mancha. En 1968, cuando vendía huachinangos en Coatzacoalcos, le pidió a un amigo petrolero que le contara lo visto a la empresa Petróleos Mexicanos.
En 1971, una comisión de Petróleos Mexicanos buscó a Rudesindo para que los llevara al sitio exacto, entonces conocido como “La Chapopotera”. El fin de esta aventura fue el descubrimiento del campo petrolero más grande de Hispanoamérica y el fin de la pesca, único medio para subsistir en la comunidad del propio Cantarel, que dejó de quererlo.