Selva trágica: imán para el turismo de aventura
Es significativo que la película Selva trágica, dirigida por la mexicana Yulene Olaizola y galardonada el Festival de Venecia de 2020, sea uno de los filmes más vistos en la plataforma de Netflix, donde el público se asoma a la historia y el paisaje del sur.
Aunque el título es poco original ya que tras recordar otras obras tenemos que en 1937 el escritor yucateco Luis Rosado Vega publicó el “Poema de la selva trágica” y el ritmo del filme es sumamente lento, seducen el panorama vegetal quintanarroense y el Río Hondo, con todos sus esplendores.
En la cinta, la historia se sitúa en el año de 1920, en la frontera entre México y Belice, donde una joven beliceña cruza el Río Hondo, huyendo de un matrimonio arreglado con un viejo inglés, que ella rechaza, y se encuentra y convive con chileros mexicanos.
La presencia de Agnes despierta tensiones y deseos entre estos seres rudos, algunos de origen indígena, mientras ella va sacando a su verdadero ser: la Xtabay, bruja maya que seduce a los hombres y los arrastra a tragedias que finalmente acaban en la muerte.
Algunos de los participantes en el filme no han sido mal acogidos por la crítica, y es que hablamos de actores que no son profesionales, que debido a sus intervenciones están llenos de naturalidad y armonizan con el contexto costumbrista, a pesar de la magia, que prevalece en la obra.
Filmada no tan lejos de Chetumal, emergen ante los ojos del mundo la economía chiclera y la vida ribereña en ese río que viene desde las montañas de Guatemala, en medio de sonidos de insectos y machetazos contra una jungla a veces impenetrable.
Quizá la película genere un crecimiento del turismo de aventura hacia el sur quintanarroense, en tanto aún es posible encontrar en esa selva, como en el filme, explotación de chicle y cocodrilos, jaguares, monos saraguatos y mariposas de colores.